Había un hombre en el autobús esta mañana, de pie,
escribiendo en una libreta con un bolígrafo azul. Me recordó a esos días en los
que yo también escribía en cualquier parte, solo sacaba mi libreta y escribía
porque me resultaba urgente registrarlo todo… ahora ya no lo hago, solo escribo
cuando “tengo tiempo”.
Me identifiqué con ese hombre plasmando sus miedos y dudas
sobre un papel cualquiera que se convierte en confidente, en mejor amigo, en el
único al que te sientes capaz de decirle todo sin tapujos.
Cuando se desocupó un asiento se sentó a mi lado y sin
querer leí la primera línea de su texto: “Hoy me he sentido confuso ¿Por qué?”,
decidí no seguir leyendo por respeto a su intimidad, pero quise desarrollar ese
texto en mi mente, continuar ese comienzo hasta darle un final, mi final. Me
volví parte de esa línea, me vi envuelta en confusión.
Giró la página al agotar el espacio y el encabezado de la
siguiente página era: “No sé si ir a despedirme…”. Casualmente yo también tenía
que despedirme.
Aparté mi indiscreta mirada de sus letras y volví a mi mundo,
a preguntarme, a investigar que pasaba por mi cabeza, llevaba un mes de
completa euforia y sabía que pronto me llegaría el bajón, que tendría que tocar
la realidad y la realidad era que el principio de todo se iba… mi compañero de
piso, Christoph volvía a Alemania.
Y yo sabía desde el
principio que ese momento llegaría, pero hasta que no llegó no fui consciente
de las despedidas anteriores, de las despedidas futuras.
El hombre parecía más tranquilo al cerrar la libreta, se
levantó y se fue dejándome a mí la prisa por llegar a casa y mojar un papel con
la tinta de mi tristeza.
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