Siempre consigo sorprenderme.
Esos cambios míos tan repentinos no pueden menos que cabrearme, confundirme, maravillarme…
No me lo explico aunque tampoco es muy necesario.
A veces inoportunos y otras veces curiosamente convenientes. Como hoy.
Hay una gota que derrama el vaso, y después de tanto tiempo ha caído sobre él… estaba ahí esperando a que llegara el momento y llegó, sin más.
No hizo falta forzarla, y el sólo hecho de contemplar su descenso con los ojos aún somnolientos pero ya receptivos, ha bastado para que los abra del todo al impactar ésta con la superficie líquida. El sonido suave del contacto y la consecuente vertiente del fluido, activa hasta eliminar los excesos, me abstrae mágicamente en su transparencia.
Recuerdos. Eso es todo lo que me ha mantenido aferrada… ¿a qué? -Ni siquiera yo lo sé. Quizás al pétalo de una rosa y nada más, a la parte bonita y fragante de su ser, a mis dosis de verdad, a lo que yo creía. Porque al igual que me permitió inundarme en su aroma, me clavó una espina que no había podido quitarme hasta ahora.
Va cesando la cascada del borde del vaso y su contenido vuelve a la calma. Era así de fácil, cuestión de tiempo.
Y no es mentira lo que escribía hace unas semanas, hace unos días incluso… sino al contrario, es la sinceridad que había guardado para mí, alimentada por la memoria aparcada en ese lapso del pasado y que ha manado para que ese trozo de historia no perezca soso y vacío.
Reconozco que en mis intentos de superarlo he hablado de olvido muchas veces, utilizando el auto-engaño como analgésico efectivo, pero no es eso lo que hago aquí.
Es momento de guardar tu pétalo entre las hojas de un libro y no volver a pensar en él hasta que un día alguien lo encuentre, y entonces yo pueda contar con una sonrisa su razón de ser y estar ahí, de haberlo conservado oculto y no haberlo echado al olvido por siempre jamás.
SOY FELIZ SIN LETRA PEQUEÑA.
(11/09/2011)
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