Corrían estos días hace dos años con la tristeza a flor de piel, la sonrisa marchita, las ganas de asumir la derrota ante mi cobardía indiscriminada.
Y sin pensarlo, sin quererlo, volví a caer en la trampa del amor o más bien caí por primera vez, ya que después de aquí sé que lo de antes no fue.
Capacitado para arrancarme del mundo, para perderme en la fantasía, se hizo un hueco en mis pensamientos y aprovechando mis despistes llegó a mi frágil corazón.
Su sonrisa de niño, con la mirada de mis ojos a mis pies y de mis pies a mis ojos que hacía temblar el suelo que yo pisaba y desaparecer todo cuanto había a mi alrededor.
Su voz inagotable, curiosa, informativa, sus brazos manteniéndome en el aire, sus manos, su perfume, ese olor que me persigue donde quiera que voy.
El primer beso en el portal, el mío y el nuestro, como en las películas. El primer beso jamás se olvida, pero el último me abandonó como si nunca hubiera sido.
Cogernos de la mano, ir al cine, a cenar, lo típico que era único si estaba con él. Y las despedidas… ¡cómo odiaba las despedidas!
Esta historia ya fue contada, me enamoré y ni siquiera sé de quién pero yo creo que era bueno, alguien capaz de hacerme sentir tan bien tiene que serlo.
Hace poco apareció oportunamente a cortarme el llanto, no era él el motivo, hacía mucho que no lo era. Conserva sus destrezas intactas.
Dicen que hay gente que llega a tu vida por una razón y después se va. Tal vez su razón es secarme los ojos, bien evitando mis lágrimas o bien provocándolas todas hasta agotar stock.
PD. Se me va la pinza y entonces surgen estos finales...
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