Cuando era pequeña odiaba las despedidas.
Era la típica que echaba lagrimitas cuando alguien se iba, aunque en realidad yo lloraba por todo. Creo que lo que realmente me gustaba era llorar, porque cuando lloras la gente te mira y si eres pequeño intentan consolarte. Supongo que me gustaba llamar la atención como a much@s niñ@s.
La verdad, en aquel entonces mis despedidas no eran tan trágicas como mis ojos decían, simplemente no me gustaba dejar de ver a las personas a las que estaba acostumbrada a ver, ni aunque fuera por poco tiempo.
Perdí a mi abuelo cuando tenía cuatro años, dejé de ver a mis amigos del pre-escolar y luego a las de primero de primaria, apenas recuerdo quienes eran o sus nombres salvo algunas excepciones, de aquella época tengo más fotografías mentales que recuerdos de escenas completas, tengo la infancia extraviada en algún lugar de mi inconsciente.
Como es normal, después, en otra escuela tuve otras amigas y de ahí sí que conservo algunos recuerdos, aunque no tantos como quisiera... Viví otras tantas despedidas seguramente, acompañadas de sus lágrimas y esos sentimientos que te oprimen el pecho cuando alguien se va, pero lo veo en mi mente tan lejano como si no hubiera ocurrido.
Un día mi madre me dijo que empezara a despedirme, pero esta vez nadie se alejaba de mí sino que, al contrario, era yo la que me iba. Fue ese día cuando empecé a imaginarme la otra cara de la moneda...
¿Sufre más quien se queda o quien se va?
No sabía cuanto tiempo estaría fuera; podían ser unos meses, unos años o para siempre... Ahora sí lloraba amargamente y a escondidas, ya no quería consuelo porque nada podría consolarme y guardaba secretamente la esperanza de que fuera mentira, de que ella se arrepintiera de arrancarme de todo cuanto conocía, de lo que era mi mundo hasta ese momento.
Y entonces cuando menos esperaba, cuando aún no me sentía preparada para afrontarlo me puso una fecha... pero no una fecha cualquiera, me dio menos de una semana para despedirme de mi vida. Tragué saliva en un desesperado intento de deshacer el nudo de mi graganta para poder respirar y me senté para no perder el equilibrio. Con la mirada perdida lamentaba mi suerte, no era capaz de imaginarme en otro lugar, con otra gente, sin los míos.
Dicen que todo pasa por algo y ahora estoy completamente de acuerdo, pero la vida tiene metodos drásticos y crueles para que, cuando te estás quejando, te des cuenta de que las cosas siempre pueden ser peor... y así, ese mismo día todavía tenía que aprender esa lección, y otras tantas, como que nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde; que hay personas a las que tienes cerca y no valoras hasta que tienes que despedirte; y probablemente una de las más valiosas fue el entender que hay despedidas y "despedidas".
Todavía no encajaba bien esa primera noticia cuando volvió a sonar el teléfono... Era extraña esa familiar voz hablando desde ese número: "Adrianita, Manuel ha muerto hoy."
Tenía yo entonces 14 años y había muerto mucha gente a mi alredor a lo largo de mi vida, pero no fue hasta ese día cuando entendí la magnitud de esa palabra, lo que significaba realmente. La muerte, la despedida definitiva.
Soy totalmente incapaz de describir aquel momento... Creo que nada de lo que yo pueda decir retrataría con exactitud la escena, el shock, la sensación de estar viviendo una pesadilla, el rostro de mi hermana al saberlo, el de mi madre.
La gente suele hablar bien de los muertos, automáticamente reconocen sus virtudes y olvidan sus defectos. Todos hablan de la última vez que lo vieron con vida, algunos tienen recuerdos mejores que otros y esta vez no era la excepción. Un día les hablaré de Manuel, era un buen hombre y aunque luego salen los trapos sucios, yo no soy quién para juzgar, únicamente puedo hablar de lo que sé y mis memorias respecto a él son agradables.
Mi madre decidió cambiar la fecha del viaje para darnos un respiro, y yo que por entonces ya era una mujercita de palabra, me propuse cumplir con cierta afirmación que hice durante una conversación con el fallecido.
Según el momento, me parecía ridícula cualquier despedida. Pensaba que sólo iba a mudarme de país, podría seguir hablando con ellos, iban a estar bien y yo también, solo un poco lejos... Pero después pensaba en la muerte y en que podría arrebatármelos antes de volver a verlos, que esa podría ser la última vez, y montaba el drama de nuevo. Ya sabía distinguir entre despedidas y "despedidas".
Lo que más me dolía sin duda era mi padre. Sentía que lo estaba abandonando a su suerte, yo, que siempre estaba pendiente de él me iba... ¿quién lo haría entonces? él me necesitaba. Tenía tanto miedo y no era infundado, yo intuía lo que pasaría, mi madre también... y ella no quería que yo estuviera ahí para verlo.
Rehusé despedirme de mis amigos salvo alguno que me acompañó hasta el final, y me despedí de mi familia porque así es como se hacen las cosas. Evité el llanto público o eso es lo que quiero recordar porque esta memoria selectiva mía me hace creer lo que le da la gana.
Partí y desde entonces las despedidas se han vuelto algo más habitual, o quizás ahora soy más consciente de todas ellas, porque hasta me parece despedida ver a alguien en la calle a quien probablemente no vuelva a ver nunca más. Ya no lloro, prefiero ser la que sonríe diciendo: "No exageres, hoy en día las distancias no existen, además dentro de nada nos volveremos a ver.", prefiero disfrutar de la compañía mientras la tengo y combatir la ausencia como me sea posible, quizás conociendo más gente de la que en algún momento tendré que despedirme.
Durante mis años de universitaria han pasado tantas personas por mi vida, cada una dejéndome algo importante y valioso... no solo un recuerdo, sino una experiencia; momentos de infinita felicidad o desdicha, ideas, amor, perdón, comprensión, apatía, intenciones, egoísmo; cosas tanto buenas como malas que me han servido para convertirme en la persona que soy, para aprender a aceptar, para entender que siempre tienes que despedirte cuando ya has obtenido lo que alguién vino a darte y agotaste todo lo que tenías para darle.
Hacía tiempo no le temía a las despedidas, pero se acerca una nueva etapa cargada de ellas. No odio los cambios, pero suele costarme mucho adaptarme a ellos cuando son grandes y ahora cambiaré una rutina por otra que desconozco y a mi me gusta pisar suelo firme. Pero esto es la vida... constante movimiento.
Este año está siendo muy especial, estoy conociendo gente de diferentes partes del mundo con mucha más frecuencia de lo normal, tengo necesidad de empaparme de toda la riqueza cultural y social que ellos pueden ofrecerme y de brindarle mi atención y compañía siempre que me es posible.
Todo empezó con Christoph, sabía que sería una convivencia diferente: papeles ecritos en tres idomas por el salón, cenas y comidas entendiéndonos en inglés y español "indio"... de él tendré que despedirme dentro de un mes. Luego Hanna con quien aprendí más de una forma de comunicarme y la primera de quien me tuve que despedir. Michal, mi "hijo", la responsabilidad y la diversión de la mano.
Kathi, Lorenzo, Dani, Sim, Johannes, Adéla, katka, kristýna, Ian, Kamila, Carina, Anna, Alex, Amélie, Carolina, Stefano y tant@s otr@s más fugaces que algunas estrellas...
Se me acumulan las despedidas.
PD. Este es uno de esos temas densos y complicados sobre los que no me gusta escribir por sus múltiples matices y extensión, porque no hago más que divagar sin dejar las cosas en claro. Estoy segura de que habrá segunda parte y tercera y quizás algunas más...
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