32 años enfundados en un pijama de corazoncitos, hay cosas que no cambian...
¿Qué decir de este año que no se haya dicho ya?
Suerte la mía, de un confinamiento plácido, con amor, con salud, con trabajo.
Viendo aguas azules y saladas hasta el horizonte, solitarias día tras día.
Agudizando el ingenio para resolver los pequeños problemas, las nuevas necesidades.
Sintiendo el tiempo más que antes, deseando salir más que antes, queriendo hacer fuera todo aquello que antes aplacé con la esperanza de un nuevo día, o quizás, con la arrogancia de creer que es posible controlar lo que pasará mañana o dentro de una semana aún sabiendo que todo puede pasar, o no.
Una nueva normalidad a la que adaptarse, una realidad a la que abrazar.
¿Qué decir de este verano inusual?
Hablo por mí, una vez más, afortunada de compartirlo con mi familia y amigos.
Precaución y recelo, mascarillas y gel hidroalcohólico, choque de codos en lugar de besos, y sin embargo, más ganas de reunirse.
Salimos una vez más a vivir, a sentir el sol en la piel, el viento moviéndonos el pelo, el ruido en las calles después de tanto silencio, a sentir la vida misma tras los meses de reflexión.
Hoy empieza el otoño, la noche es más fresca, huele a tierra húmeda.
Vuelve a haber menos gente en la calle, menos que en verano, menos que cuando solo podíamos salir una hora al día.
Los nuevos deportistas de Mayo guardaron las zapatillas y vuelven a confiar en mañana.
Y yo, con los pies helados mientras escribo, no quiero confiar, quiero vivir.
Otoño, no me sorprendas... esta vez quiero sorprenderte yo a ti.